Los ratones dan mucha importancia a la familia: los padres educan a los hijos, los abuelos acurrucan a los nietos y los hermanos se ayudan cuando tienen trabajo. Por las noches hacen fiestas y van al supermercado. También les gusta recibir en casa a sus parientes. En unas vacaciones, Jerónimo, un ratoncillo güero que vivía en el campo, invitó a Lucas, su primo de la ciudad. Para llegar a la madriguera de Jerónimo, Lucas tuvo que subirse a una carreta llena de heno. —¡Qué vehículo espantoso! Se tropieza a cada momento. No hay servicio de bebidas ni películas de estreno —se quejó Lucas. —Agradece que no te estamos cobrando —le respondió el carretero.
Cuando llegó a casa de Jerónimo todo le pareció terrible. —Yo pensé que tenías mejor gusto. Tus muebles son de madera sin tallar y tu alfombra es de musgo ¿no estás suscrito a alguna revista de decoración? —lo criticó Lucas. —Ándale, pásale a la mesa, que te preparé consomé —respondió Jerónimo. El consomé estaba hecho con hierbas y ramitas. Al probarlo, Lucas hizo gestos. —Uuugh. Si vieras lo que yo como en los grandes restaurantes… Lo de diario es langosta y caviar servidos en fina platería con servilletas bien almidonadas. Bueno, mejor dime ¿A dónde saldremos a pasear esta noche? —le preguntó a su primo. —Te llevaré a ver las estrellas que se reflejan en el lago —respondió Jerónimo. —¿Pero qué aquí no hay antros? ¿Pero dónde están los cabarets? —inquirió Lucas. —No sé qué es eso primo, y quizá lo mejor es que nos vayamos a dormir —comentó Jerónimo ya medio enojado.