En una ciudad muy lejana había una pequeña calle empedrada y, al final de ésta, se alzaban dos casas. En una vivía la familia Domínguez y en la otra la familia López. Cada casa tenía un pequeño jardín al frente y ambas estaban separadas por una cerca de madera.
Una tarde el señor Domínguez vio que el manzano del vecino había dado frutos y extendió la mano para arrancar una de aquellas apetitosas manzanas. Muy contento, la mordió. El señor López, quien en ese momento regresaba de su trabajo, le gritó: “¡Oiga, no se robe mi fruta!”.
El señor Domínguez casi se atraganta con el bocado. “No me la estoy robando”, explicó. Dijo que la rama del árbol estaba en su jardín y, por lo tanto, era de su propiedad. “La rama puede estar en su jardín, pero el árbol crece en el mío. Así que no tiene derecho a comerse esa manzana”, le aclaró el señor López. “No me hable de derechos”, respondió el otro
y agregó: “Ya me di cuenta de que usted y su familia se roban mi señal de internet. ¿Le parece correcto?”. En lugar de reconocer que era verdad, el señor López le dijo: “¿Y a usted le parece correcto que su gato salte la cerca y se meta en la cocina de mi casa para llevarse la comida?”. El señor Domínguez contraatacó: “¿Y usted no sabe que es una falta de civilidad que su hijo el rockero toque la batería hasta las dos de la mañana e impida dormir a todo el vecindario?”.
Durante casi una hora, los dos hombres estuvieron discutiendo. Los reclamos subieron de tono hasta que sus esposas salieron para tranquilizarlos. Todos regresaron a sus respectivas casas, pero el asunto no acabó allí, pues cuando los hombres se encontraban, volvían a discutir. La relación entre ellos se volvió cada vez peor. Esto preocupó a la señora Domínguez y a la señora López.
Cierto día, el señor López regresó de su trabajo y mientras atravesaba el jardín vio a su mujer en la rama más alta del manzano. “¿Qué haces allí?”, le preguntó. Ella respondió que había trepado para cortar unas frutas. “Quería hacerte un pay de manzana, pero ya no pude bajar. ¡Ayúdame!”, suplicó. Él intentó subir pero no pudo; el árbol era demasiado alto. El señor López dijo que llamaría a los bomberos, pero ella respondió que no había tiempo; estaba muy cansada y en cualquier momento podría caerse. “Mejor ve con el vecino y pídele prestada su escalera.” El marido se resistió; no quería deberle ningún favor a su rival. Finalmente, ante la insistencia de su esposa, tuvo que aceptar. Regresó unos minutos después junto con el vecino cargando la escalera. Ambos lucían preocupados. Entre los dos ayudaron a la señora López a descender. En cuanto ella estuvo abajo, la señora Domínguez, quien había permanecido oculta detrás de un arbusto, salió de su escondite.
Todo había sido un plan fraguado por las mujeres. Con esa misma escalera la señora Domínguez había ayudado a la señora López a subir al manzano. La idea era obligar a sus respectivos esposos a cooperar. Pensaron que de esta forma olvidarían (aunque fuera un poco) su enemistad. Al parecer el plan funcionó, pues al día siguiente los cuatro se hallaban sentados a la mesa disfrutando del rico pay de manzana preparado por la señora López.